Marco

Marco se lanzó al vacío en su intachable postura. Mamá lo miraba desde la audiencia con los ojos saltones, orgullosísima. Mientras se mordía su labio inferior, sostenía sus dos manos juntas, pegadas al pecho, en posición de plegaria. Siempre le oraba al Dios altisímo, inconscientemente, que le diera una empujoncito mágico a Marco para que su actuación fuera de primera. Ahí, en esa oración, incluía (de nuevo, sin pensarlo en la conciencia) otros detalles como que quedara satisfecho con su ejecutoria, que consiguiera ganar el mejor puntaje y, de vez, que le cuidara. Después de todo, aún con el entrenamiento, la fisicultura, la dieta, los sacrificios y la disciplina, lanzarse al vacío desde más de 32 pies de altura era una hazaña peligrosa. Así que, mientras Marco caía, en su bajada de delfín danzante, Magdalena oraba. Y, ese día, oraba con razón.

La caída al agua se vio un poco descompuesta. Luego de unos segundos, Marco no salió a la superficie. La audiencia comenzó a presentir el mal augurio, mal presagio que provocó en Magdalena una punzada honda y oscura en el corazón. Los rescatistas se lanzaron tras él. Lo sacaron del agua. Estaba inconsciente. Parecía muerto. Magdalena lo supo, supo que todas las oraciones instintivas se debían a ese instante, a ese preciso momento en que empujó a todo el que se le cruzó para correr desesperada a la piscina.

«Por favor, que esté vivo».

Se ancló entre los rescatistas que le auxiliaban, gritó su nombre, lo gritó tan alto como lo hacía en cada competencia, pero esta vez tenía un tono agrio, seco, raspante.

Todo lo demás pasó rápido, como en un sueño que parece no tener conclusión, pero igual pasa fugaz, instantáneo. La ambulancia, los primeros auxilios, el hospital, no había vuelto a abrir los ojos, pero estaba vivo. Luego, las pruebas, las mediciones y predicciones médicas, todo confabulado para concluir que Marco no solo no volvería a pisar una plataforma en su vida, si no que no volvería a realizar ninguna otra acción dado a su irreversible estado vegetativo, causa de una lesión grave a su cerebro. Las palabras trajeron millones de recuerdos y preguntas:

«Marco no saldrá de su estado vegativo».

Y no vino el futuro, llegó el pasado.

La cronología de la pregunta se dio en escenas inversas. Recordó lo más reciente, la sonrisa de Marco antes de despedirse de ella para continuar haciendo sus sueños tangibles, la emoción que se le veía alumbrada en el alma. La cena del día anterior, lo meticulosa que siempre había sido con la comida, en todo momento y en todo lugar, para respetar su peso, para impulsar su cuerpo con una alimentación sana. Luego, el mes antes, lo complicado que fue balancear los estudios universitarios con los entrenamientos. Las mañanas en que le acompañaba al estadio a practicar, las tardes que se añadían con algún otro quehacer deportivo. Aunque Marco insistía que ya sabía guiar, Magdelana aún no superaba su costumbre de estar allí, al alcance, en tacto, cerquita, donde cada necesidad, por más mínima que fuera, se atendiera.

El tiempo pasado progresó a mayor profundidad, los sacrificios que Marco tuvo que vencer día tras día: en su cuerpo, en su práctica, en su estilo de vida; las madrugadas, las lesiones, la disciplina para volver a intentarlo, para alcanzar. El interés por ser mejor en cada detalle, los ejercicios que hacía fuera de «su cancha». El conflicto interno con la inseguridad de no ser suficiente, el logro del balance indóneo. Los sacrificios de ella misma: el trabajo sudado para conseguir los recursos, las horas invertidas en todos los detalles para que la técnica cada día fuera progresando, las palabras de aliento que se inventaba para motivar, los cambios de rutina, los viajes, la escuela especializada.

Entonces, de recuerdos vagos, se definió la cinta, lenta, pero rápida, a memorias específicas. La cara de hombre joven de Marco empezó a verse más adolescente. El día que se interesó por practicar los saltos. Lo recordaba con claridad. Un amigo, con una piscina, en un cumpleaños, con el trampolin: se lanzó al vacío y Magdalena se lo vio en los ojos, ese sería su destino. Pero, antes de eso, fue ella quien insistió siempre en la natación. Cada verano, en cada piscina, lo invitaba a nadar, a aventurarse debajo del manto azul que se desvanecía en la transparencia que le consume.

El sueño fue primero de ella, aunque diferente, el amor por el agua se lo inculcó ella. A pesar de que más tarde Marco lo combinaría con el vacío para hacerlo más intenso, el agua ya fluía por el corazón de ella. Lo transformó en algo que pudieran compartir, en algo que los acercara más luego de la muerte del Marco primero. Recordó al adolescente que, año tras año, se acercaba más a ganarle el juego de la velocidad bajo el agua. Y ese adolescente se fue haciendo un niño, el niño Marco que reía a cada intento de Magdalena por parecer una ballena o un tiburón. Los juegos no solo eran en la piscina, también en la tina. El agua les traía vida.

El reloj se acercó al pasado más profundo. Primero recordó las comisuras de los ojos y los labios del niño que tanto amaba. No lo sabía, pero desde siempre traía las manos unidas al pecho, en forma de plegaria, orándole a Dios que lo cuidara de todo mal, que le protegiera en cada momento de su vida, que lo conservara intacto en la impredecible vida. Como madre responsable, sabía que debía ayudar al Todopoderoso a cumplir su ruego. Debía armar a Marco con las competencias necesarias para enfrentar cualquier reto y vivir su vida al límite. De los ojos brillantes, el recuerdo pasó al color azulado del anuncio: «Enseñamos natación a niños de todas las edades». Marco debía tener cuatro años cuando decidió llevarlo a su primera clase de natación. Desde ese día su talento brillaría. El niño se hizo hombre, se hizo atleta de alto rendimiento, un alma libre que cumplía sus sueños, que honraba la conexión sagrada que su madre le había creado con el agua.

El reloj tocó su punto culminante y, sabiendo el futuro aterrador que le deparaba a Marco, allí, en aquella piscina de su primera clase de natación, llegó la cuestión:

Marco será olímpico, el deporte de clavado será parte esencial de su persona, no será el mismo sin él, ¿lo dejarás vivir su sueño aún sabiendo que le costará todo en la vida?

4 Pensamientos

  1. Hola Betsy! Yo lo impulsaria a bucar otra actividad que no le quite la vida…intentar que se apasione por algo que no sea el agua…por lo menos lo intentaria!

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  2. Excelente narración. Me transporta como siempre a “ver” la escena como sí fuese una más del público que está viendo el espectáculo y sufriendo con la caída de Marcos.

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