Cuando los turistas llegan al muelle a bordo de gigantescos y lujosos cruceros, un Viejo San Juan lleno de vida y color se abre ante su camino. Los guías, con basto conocimiento sobre los mejores lugares a visitar, los invitan a El Morro, o le dicen que paren en el Restaurante Raíces para que se deleiten de una buena comida puertorriqueña. Muchos son los destinos que ofrecen Puerto Rico y San Juan; ciudad capital, que no solo atrae el turismo, sino que también se inyecta con una de las economías más movidas del país. No obstante, allí, en lo que se llama Río Piedras, existe un rinconcito del cual se han olvidado con el pasar de los años.
Un camino lleno de edificios abandonados abre paso a la entrada sur del Paseo de Diego. Con tablas, paredes llenas de grafiti y basura, el Paseo recibe a los pocos clientes que aún lo frecuentan para hacer sus compras. Nada turístico, solo las estructuras de dos pisos que lo habitan, en abandono, dejadas al deterioro del tiempo, mientras aun ostentan publicidad de lo que alguna vez fueron negocios ocupándolos.
A solo pasos de la entrada sur, luego de cruzar la primera calle, un local sin nombre muestra maletas, sombreros y carteras en venta. Un hombre, de cabello blancuzco, saluda al que entra para rápido continuar reacomodando sus artículos en venta. José Fontesa, dueño del local sin nombre, que más tarde en entrevista pasaría a llamarse Precio Pescado, se mueve con dificultad entre todas las maletas que vende. José lo único que ha hecho toda su vida es comprar y vender; ha sido vendedor por más de 60 años, con 6 años de experiencia en el Paseo, y 17 como distribuidor al por mayor. No obstante, luego de unos años, su trabajo se ha imposibilitado por la drástica baja en ventas que se ha registrado en el Paseo de Diego.
Si de por ciento se trata, las ventas de Precio Pescado han bajado el 100 por ciento. Con una renta de $1,800 mensuales, y un dueño que dice que prefiere quemar sus edificios antes de bajar la renta, José se divide el trabajo con su hijo. Los altos costos de renta se suman a los impuestos que tiene que pagar en el muelle cuando va a recoger la mercancía. Del gobierno ni se diga. De eso no quiere hablar. Dice que se le suelta la lengua, y la grabadora lo asusta, piensa que el gobierno puede escucharlo hablando negatividades, y como si estuviéramos en tiempo de carpetas, José no quiere represalias. Al final, se queda en silencio, y vuelve a su trabajo, a acomodar más mercancía sobre mercancía.
El recorrido aumenta en ventas y edificios cuando se va a la mitad del Paseo. Allí los vendedores gritan sus ofertas para competir por los pocos clientes que caminan, en su mayoría compradores y compradoras de más de 30 años que van a las tiendas que ostentan las mejoras ofertas, rebajas y especiales por los que vale la pena adentrarse al calor. Sin publicidad, ni nombre, sobre una mesa con un mantel, los artículos en venta de Marta Morales no llaman mucho la atención. Al momento de la entrevista, ya casi medio día, la vendedora ambulante había generado dos dólares, que luego gastó en antojos para la hija que la acompaña. Hace años, Marta logró vender $1,600 un día de venta para el día festivo de las madres. Este año, Marta lo describe con un “ay bendito”. A diferencia de José, Marta va al Paseo porque no quiere permanecer sola en su casa.
La realidad es que la crisis económica que sufre el país ha tocado las puertas del negocio de Marta, y luego de 47 años vendiendo en Río Piedras, no hay más remedio que dejar ir a El Paseo. Que muera por completo al igual que el restante de los cascos urbanos en los pueblos de Puerto Rico. Con peores ventas cada día, la anciana de 86 años, hace mucho tiempo no ve guaguas llegar al Paseo pues el año pasado la Autoridad Metropolitana de Autobuses retiró de su ruta al casco urbano de Río Piedras. Incomunicados con el mundo exterior, allí entre edificios abandonados de rentas caras, queda Marta, en la resignación de una economía que no mejora. Sentada en la misma silla en que se la vi hace dos años, cuando la conocí por primera vez, con la frente en alto, no le teme a la Junta de Control Fiscal impuesta por el gobierno de Estados Unidos. “No nos vienen a mandar na”. Sin mando, ni atención pública, queda una comunidad oprimida por la modernidad y un gobierno injusto que ha dejado al Paseo de un lado, como el hijo que un día fue rico, pero cayó en quiebra y dejó de tener utilidad.
**Artículo preparado en octubre del 2016.